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El duendecillo y la mujer
Grimm Märchen

El duendecillo y la mujer - Cuento de hadas de Hans Christian Andersen

Tiempo de lectura para niños: 13 min

Al duende lo conoces, pero, ¿y a la mujer del jardinero? Era muy leída, se sabía versos de memoria, incluso era capaz de escribir algunos sin gran dificultad; sólo las rimas, el «remache», como ella decía, le costaba un regular esfuerzo. Tenía dotes de escritora y de oradora; habría sido un buen señor rector o, cuando menos, una buena señora rectora.

– Es hermosa la Tierra en su ropaje dominguero – había dicho, expresando luego este pensamiento revestido de bellas palabras y «remachándolas», es decir, componiendo una canción edificante, bella y larga. El señor seminarista Kisserup – aunque el nombre no hace al caso – era primo suyo, y acertó a encontrarse de visita en casa de la familia del jardinero. Escuchó su poesía y la encontró buena, excelente incluso, según dijo.

– ¡Tiene usted talento, señora! – añadió.

– ¡No diga sandeces! – atajó el jardinero -. No le meta esas tonterías en la cabeza. Una mujer no necesita talento. Lo que le hace falta es cuerpo, un cuerpo sano y dispuesto, y saber atender a sus pucheros, para que no se quemen las papillas.

– El sabor a quemado lo quito con carbón – respondió la mujer -, y, cuando tú estás enfurruñado, lo arreglo con un besito. Creería una que no piensas sino en coles y patatas, y, sin embargo, bien te gustan las flores – y le dio un beso -. ¡Las flores son el espíritu! – añadió.

– Atiende a tu cocina – gruñó él, dirigiéndose al jardín, que era el puchero de su incumbencia. Entretanto, el seminarista tomó asiento junto a la señora y se puso a charlar con ella. Sobre su lema «Es hermosa la Tierra» pronunció una especie de sermón muy bien compuesto.

– La Tierra es hermosa, sometedla a vuestro poder, se nos ha dicho, y nosotros nos hicimos señores de ella. Uno lo es por el espíritu, otro por el cuerpo; uno fue puesto en el mundo como signo de admiración, otro como guión mayor, y cada uno puede preguntarse: ¿cuál es mi destino? Éste será obispo, aquél será sólo un pobre seminarista, pero todo está sabiamente dispuesto. La Tierra es hermosa, y siempre lleva su ropaje dominguero. Vuestra poesía hace pensar, y está llena de sentimiento y de geografía.

– Tiene usted ingenio, señor Kisserup – respondió la mujer. – Mucho ingenio, se lo aseguro. – Hablando con usted, veo más claro en mí misma. Y siguieron tratando de cosas bellas y virtuosas. Pero en la cocina había también alguien que hablaba; era el duendecillo, el duendecillo vestido de gris, con su gorrito rojo. Ya lo conoces. Pues el duendecillo estaba en la cocina vigilando el puchero; hablaba, pero nadie lo atendía, excepto el gato negro, el «ladrón de nata», como lo llamaba la mujer. El duendecillo estaba enojado con la señora porque – bien lo sabía él – no creía en su existencia. Es verdad que nunca lo había visto, pero, dada su vasta erudición, no tenía disculpa que no supiera que él estaba allí y no le mostrara una cierta deferencia. Jamás se le ocurrió ponerle, en Nochebuena, una buena cucharada de sabrosas papillas, homenaje que todos sus antecesores habían recibido, incluso de mujeres privadas de toda cultura. Las papillas habían quedado en mantequilla y nata. Al gato se le hacía la boca agua sólo de oírlo.

– Me llama una entelequia – dijo el duendecillo -, lo cual no me cabe en la cabeza. ¡Me niega, simplemente! Ya lo había oído antes, y ahora he tenido que escucharlo otra vez. Allí está charlando con ese calzonazos de seminarista. Yo estoy con el marido: «¡Atiende a tu puchero! ». ¡Pero quiá! ¡Voy a hacer que se queme la comida! Y el duendecillo se puso a soplar en el fuego, que se reavivó y empezó a chisporrotear. ¡Surte­rurre-rup! La olla hierve que te hierve.

– Ahora voy al dormitorio a hacer agujeros en los calcetines del padre – continuó el duendecillo -. Haré uno grande en los dedos y otro en el talón; eso le dará que zurcir, siempre que sus poesías le dejen tiempo para eso. ¡Poetisa, poetiza de una vez las medias del padre! El gato estornudó; se había resfriado, a pesar de su buen abrigo de piel.

– He abierto la puerta de la despensa – dijo el duendecillo -. Hay allí nata cocida, espesa como gachas. Si no la quieres, me la como yo.

– Puesto que, sea como fuere, me voy a llevar la culpa y los palos – dijo el gato mejor será que la saboree yo.

– Primero la dulce nata, luego los amargos palos – contestó el duendecillo. – Pero ahora me voy al cuarto del seminarista, a colgarle los tirantes del espejo y a meterle los calcetines en la jofaina; creerá que el ponche era demasiado fuerte y que se le subió a la cabeza. Esta noche me estuve sentado en la pila de leña, al lado de la perrera; me gusta fastidiar al perro. Dejé colgar las piernas y venga balancearlas, y el mastín no podía alcanzarlas, aunque saltaba con todas sus fuerzas. Aquello lo sacaba de quicio, y venga ladrar y más ladrar, y yo venga balancearme; se armó un ruido infernal. Despertamos al seminarista, el cual se levantó tres veces, asomándose a la ventana a ver qué ocurría, pero no vio nada, a pesar de que llevaba puestas las gafas; siempre duerme con gafas.

– Di «¡miau! » si viene la mujer – interrumpióle el gato – Oigo mal hoy, estoy enfermo.

– Te regalaste demasiado – replicó el duendecillo -. Vete al plato y saca el vientre de penas. Pero ten cuidado de secarte los bigotes, no se te vaya a quedar nata pegada en ellos. Anda, vete, yo vigilaré. Y el duendecillo se quedó en la puerta, que estaba entornada; aparte la mujer y el seminarista, no había nadie en el cuarto. Hablaban acerca de lo que, según expresara el estudiante con tanta elegancia, en toda economía doméstica debería estar por encima de ollas y cazuelas: los dones espirituales.

– Señor Kisserup – dijo la mujer -, ya que se presenta la oportunidad, voy a enseñarle algo que no he mostrado a ningún alma viviente, y mucho menos a mi marido: mis ensayos poéticos, mis pequeños versos, aunque hay algunos bastante largos. Los he llamado «Confidencias de una dueña honesta». ¡Doy tanto valor a las palabras castizas de nuestra lengua!

– Hay que dárselo – replicó el seminarista -. Es necesario desterrar de nuestro idioma todos los extranjerismos.

– Siempre lo hago – afirmó la mujer -. Jamás digo «merengue» ni «tallarines», sino «rosquilla espumosa» y «pasta de sopa en cintas». Y así diciendo, sacó del cajón un cuaderno de reluciente cubierta verde, con dos manchurrones de tinta.

– Es un libro muy grave y melancólico – dijo -. Tengo cierta inclinación a lo triste. Aquí encontrará «El suspiro en la noche», «Mi ocaso» y «Cuando me casé con Clemente», es decir, mi marido. Todo esto puede usted saltarlo, aunque está hondamente sentido y pensado. La mejor composición es la titulada «Los deberes del ama de casa»; toda ella impregnada de tristeza, pues me abandono a mis inclinaciones. Una sola poesía tiene carácter jocoso; hay en ella algunos pensamientos alegres, de esos que de vez en cuando se le ocurren a uno; pensamientos sobre – no se ría usted – la condición de una poetisa. Sólo la conocemos yo, mi cajón, y ahora usted, señor Kisserup. Amo la Poesía, se adueña de mí, me hostiga, me domina, me gobierna. Lo he dicho bajo el título «El duendecillo». Seguramente usted conoce la antigua superstición campesina del duendecillo, que hace de las suyas en las casas. Pues imaginé que la casa era yo, y que la Poesía, las impresiones que siento, eran el duendecillo, el espíritu que la rige. En esta composición he cantado el poder y la grandeza de este personaje, pero debe usted prometerme solemnemente que no lo revelará a mi marido ni a nadie. Lea en voz alta para que yo pueda oírla, suponiendo que pueda descifrar mi escritura. Y el seminarista leyó y la mujer escuchó, y escuchó también el duendecillo. Estaba al acecho, como bien sabes, y acababa de deslizarse en la habitación cuando el seminarista leyó en alta voz el titulo.

– ¡Esto va para mí! – dijo -. ¿Qué debe haber escrito sobre mi persona? La voy a fastidiar. Le quitaré los huevos y los polluelos, y haré correr a la ternera hasta que se le quede en los huesos. ¡Se acordará de mí, ama de casa! Y aguzó el oído, prestando toda su atención; pero cuanto más oía de las excelencias y el poder del duendecillo, de su dominio sobre la mujer – y ten en cuenta que al decir duendecillo ella entendía la Poesía, mientras aquél se atenía al sentido literal del título -, tanto más se sonreía el minúsculo personaje. Sus ojos centelleaban de gozo, en las comisuras de su boca se dibujaba una sonrisa, se levantaba sobre los talones y las puntas de los pies, tanto que creció una pulgada. Estaba encantado de lo que se decía acerca del duendecillo.

– Verdaderamente, esta señora tiene ingenio y cultura. ¡Qué mal la había juzgado! Me ha inmortalizado en sus «Confidencias»; irá a parar a la imprenta y correré en boca de la gente. Desde hoy no dejaré que el gato se zampe la nata; me la reservo para mi. Uno bebe menos que dos, y esto es siempre un ahorro, un ahorro que voy a introducir, aparte que respetaré a la señora.

– Es exactamente como los hombres este duende – observó el viejo gato -. Ha bastado una palabra zalamera de la señora, una sola, para hacerle cambiar de opinión. ¡Qué taimada es nuestra señora! Y no es que la señora fuera taimada, sino que el duende era como, son los seres humanos. Si no entiendes este cuento, dímelo. Pero guárdate de preguntar al duendecillo y a la señora.

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Antecedentes

Interpretaciones

Lengua

„El duendecillo y la mujer“ de Hans Christian Andersen es un cuento que teje una interesante crítica sobre la percepción y las expectativas de género, así como la comunicación y la interpretación de las intenciones. La historia presenta a una mujer del jardinero que posee una inclinación literaria y creativa, característica que es mal vista por su marido, quien cree que las mujeres deberían centrarse en las tareas domésticas. Por otro lado, está el seminarista Kisserup, quien valora y aprecia los talentos literarios de la mujer.

El personaje del duendecillo representa las fuerzas invisibles y a menudo poco reconocidas que influyen en la vida cotidiana. Se siente frustrado al no ser reconocido por la mujer, pero después de escuchar su poesía, donde ella metafóricamente representa su creatividad como un „duendecillo“, cambia de opinión, sintiéndose apreciado e importante.

El cuento se vale del malentendido entre lo literal y lo figurado como una forma de subrayar cómo se puede malinterpretar a las personas o situaciones, dependiendo del punto de vista. La mujer ve su impulso creativo como un duendecillo, un juego de su pensamiento que ilustra la pasión y la impronta de la poesía en su vida. Lo que ella considera el „duendecillo“ en su poesía es, en realidad, una metáfora de su creatividad, mientras que el verdadero duendecillo interpreta el poema como un reconocimiento de su propia presencia física.

El duende ilustra cómo los seres humanos, a menudo, interpretamos la realidad a través de nuestras propias experiencias e intereses, a veces alejándonos de las intenciones originales de los demás. Esta pieza de Andersen resalta también cómo una palabra o acción puede cambiar radicalmente las opiniones y comportamientos, tan solo mediante una pizca de reconocimiento o elogio.

En conjunto, el cuento es una reflexión crítica sobre el rol de la mujer, la creatividad y los malentendidos que surgen de las diferentes maneras de entender la realidad y el lenguaje. También aboga por un entendimiento más profundo y el reconocimiento de los dones de cada individuo, más allá de su rol o género predefinido.

„El duendecillo y la mujer“ es un cuento que combina humor, crítica social y comentario sobre el papel de la mujer en la sociedad. A través de su narración, Hans Christian Andersen ofrece múltiples interpretaciones y capas de significado, algunas de las cuales se exploran a continuación.

Roles de Género y Expectativas Sociales: La historia coloca al lector en un hogar donde las expectativas sobre lo que debe hacer una mujer son evidentes. El jardinero representa una visión tradicional, donde la mujer debe atender a las tareas del hogar, mientras que la mujer del jardinero, a través de su poesía y conversaciones profundas con el seminarista, desafía estas normas al poseer aspiraciones intelectuales y creativas.

El Duendecillo como Metáfora: El duendecillo, en parte, simboliza las fuerzas invisibles que rigen la vida cotidiana, como las supersticiones y los prejuicios. En este contexto, también representa las limitaciones y restricciones que impone la sociedad a través de sus juicios; a pesar de ser una figura mágica, incluso él es susceptible a la adulación y los malentendidos.

La Poesía y la Creatividad: La poesía de la mujer simboliza su dimensión interna y su voluntad de ir más allá de las limitaciones de su rol doméstico. La creación poética es un acto de autonomía y un medio para expresarse más allá de lo trivial, reafirmando así su valía intelectual.

El Poder de la Percepción: El duendecillo cambia de actitud al comprender que se habla bien de él en la poesía de la mujer. Esto subraya cómo la percepción y el reconocimiento pueden influir en el comportamiento y las relaciones, ya sea entre los humanos o entre el mundo humano y el mágico.

Crítica a la Superficialidad: Andersen utiliza el diálogo entre el seminarista y la mujer para criticar la superficialidad de las conversaciones intelectuales cuando no se traducen en un cambio real en la vida de las personas. Aunque el seminarista aprecia la poesía, es solo en el contexto de una tertulia que posiblemente no tenga consecuencias reales para la mujer.

En resumen, el cuento de Andersen no solo presenta una narración encantadora con elementos de fantasía, sino que ofrece una crítica sobre la sociedad y el papel de la mujer, la superficialidad del juicio y cómo la creatividad puede ser un acto de resistencia personal.

„El duendecillo y la mujer“ por Hans Christian Andersen es un cuento que, a través de la interacción entre un duendecillo y una mujer letrada, reflexiona sobre temas como el talento, la cultura y la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás. Este análisis lingüístico intentará desglosar algunos de los elementos más destacados del texto.

En el cuento, la mujer del jardinero es presentada como una persona culta y talentosa, capaz de escribir versos, a pesar de las expectativas limitantes de su esposo, el jardinero, quien reduce la valía femenina a las tareas domésticas. Aquí, Andersen critica la visión tradicional de género de la época, que consideraba que las mujeres no necesitaban talentos más allá de las habilidades domésticas.

El señor seminarista Kisserup, en cambio, aprecia el talento de la mujer y le reconoce capacidad literaria y profundidad en sus escritos, destacando la importancia de los dones espirituales por encima de las tareas cotidianas. La interacción entre ellos subraya la diferencia de pensamiento entre quienes valoran el intelecto y quienes no lo consideran esencial para las mujeres.

El duendecillo, que representa las creencias tradicionales y supersticiones, siente que la mujer lo ignora debido a su erudición y su falta de fe en lo sobrenatural, lo que lo lleva a hacer travesuras en la casa. Sin embargo, al escuchar la poesía de la mujer que lo elogia, el duendecillo experimenta una transformación en su percepción. Se ve halagado y cambia su actitud hacia ella, decidiendo reservar la nata para él mismo, en lugar de compartirla con el gato.

La estructura del cuento está llena de un lenguaje que revela ironía y crítica social. Andersen emplea un estilo humorístico, especialmente en los diálogos entre el duendecillo y el gato, para resaltar la vanidad y naturaleza cambiante de los seres humanos. El cuento satiriza cómo una palabra elogiosa puede alterar la conducta de alguien, mostrando la vulnerabilidad del ego, incluso en una criatura mágica como el duendecillo.

El simbolismo del duendecillo es crucial. Mientras la mujer usa el término „duendecillo“ para referirse al poder y dominio de la Poesía sobre ella, el duendecillo lo toma de manera literal, incrementando su autoimportancia. Este malentendido subraya cómo las palabras y su interpretación pueden tener impactos significativos en las relaciones y percepciones.

Finalmente, el cuento transmite un mensaje sobre la importancia de reconocer el talento y la dimensión espiritual por encima de las apariencias y roles asignados por la sociedad. En su conclusión, Andersen nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y su propensión a cambiar de opinión por motivos superficiales, ofreciendo una crítica suave pero perspicaz de los valores y prejuicios de la sociedad de su tiempo.


Información para el análisis científico

Indicador
Valor
TraduccionesDE, EN, DA, ES, IT
Índice de legibilidad de Björnsson36
Flesch-Reading-Ease Índice28
Flesch–Kincaid Grade-Level12
Gunning Fog Índice16.3
Coleman–Liau Índice10.6
SMOG Índice12
Índice de legibilidad automatizado6.6
Número de Caracteres8.999
Número de Letras6.982
Número de Frases113
Número de Palabras1.558
Promedio de Palabras por oración13,79
Palabras con más de 6 letras346
Porcentaje de palabras largas22.2%
Número de Sílabas3.035
Promedio de Sílabas por Palabra1,95
Palabras con tres Sílabas424
Porcentaje de palabras con tres sílabas27.2%
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