Tiempo de lectura para niños: 12 min
Érase una vez un estudiante, un estudiante de verdad, que vivía en una buhardilla y nada poseía; y érase también un tendero, un tendero de verdad, que habitaba en la trastienda y era dueño de toda la casa; y en su habitación moraba un duendecillo, al que todos los años, por Nochebuena, obsequiaba aquél con un tazón de papas y un buen trozo de mantequilla dentro.
Bien podía hacerlo; y el duende continuaba en la tienda, y esto explica muchas cosas. Un atardecer entró el estudiante por la puerta trasera, a comprarse una vela y el queso para su cena; no tenía a quien enviar, por lo que iba él mismo. Diéronle lo que pedía, lo pagó, y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un gesto de la cabeza.
La mujer sabía hacer algo más que gesticular con la cabeza; era un pico de oro. El estudiante les correspondió de la misma manera y luego se quedó parado, leyendo la hoja de papel que envolvía el queso. Era una hoja arrancada de un libro viejo, que jamás hubiera pensado que lo tratasen así, pues era un libro de poesía.
– Todavía nos queda más – dijo el tendero -; lo compré a una vieja por unos granos de café; por ocho chelines se lo cedo entero.
– Muchas gracias -repuso el estudiante-. Démelo a cambio del queso. Puedo comer pan solo; pero sería pecado destrozar este libro. Es usted un hombre espléndido, un hombre práctico, pero lo que es de poesía, entiende menos que esa cuba. La verdad es que fue un tanto descortés al decirlo, especialmente por la cuba; pero tendero y estudiante se echaron a reír, pues el segundo había hablado en broma.
Con todo, el duende se picó al oír semejante comparación, aplicada a un tendero que era dueño de una casa y encima vendía una mantequilla excelente. Cerrado que hubo la noche, y con ella la tienda, y cuando todo el mundo estaba acostado, excepto el estudiante, entró el duende en busca del pico de la dueña, pues no lo utilizaba mientras dormía; fue aplicándolo a todos los objetos de la tienda, con lo cual éstos adquirían voz y habla. y podían expresar sus pensamientos y sentimientos tan bien como la propia señora de la casa; pero, claro está, sólo podía aplicarlo a un solo objeto a la vez; y era una suerte, pues de otro modo, ¡menudo barullo! El duende puso el pico en la cuba que contenía los diarios viejos. – ¿Es verdad que usted no sabe lo que es la poesía?
– Claro que lo sé -respondió la cuba-. Es una cosa que ponen en la parte inferior de los periódicos y que la gente recorta; tengo motivos para creer que hay más en mí que en el estudiante, y esto que comparado con el tendero no soy sino una cuba de poco más o menos. Luego el duende colocó el pico en el molinillo de café. ¡Dios mío, y cómo se soltó éste! Y después lo aplicó al barrilito de manteca y al cajón del dinero; y todos compartieron la opinión de la cuba. Y cuando la mayoría coincide en una cosa, no queda mas remedio que respetarla y darla por buena.
– ¡Y ahora, al estudiante! -pensó; y subió callandito a la buhardilla, por la escalera de la cocina. Había luz en el cuarto, y el duendecillo miró por el ojo de la cerradura y vio al estudiante que estaba leyendo el libro roto adquirido en la tienda. Pero, ¡qué claridad irradiaba de él! De las páginas emergía un vivísimo rayo de luz, que iba transformándose en un tronco, en un poderoso árbol, que desplegaba sus ramas y cobijaba al estudiante. Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso, y cada flor, una hermosa cabeza de doncella, de ojos ya oscuros y llameantes, ya azules y maravillosamente límpidos.
Los frutos eran otras tantas rutilantes estrellas, y un canto y una música deliciosos resonaban en la destartalada habitación. Jamás había imaginado el duendecillo una magnificencia como aquélla, jamás había oído hablar de cosa semejante. Por eso permaneció de puntillas, mirando hasta que se apagó la luz. Seguramente el estudiante había soplado la vela para acostarse; pero el duende seguía en su sitio, pues continuaba oyéndose el canto, dulce y solemne, una deliciosa canción de cuna para el estudiante, que se entregaba al descanso.
– ¡Asombroso! -se dijo el duende-. ¡Nunca lo hubiera pensado! A lo mejor me quedo con el estudiante. – Y se lo estuvo rumiando buen rato, hasta que, al fin, venció la sensatez y suspiró. – ¡Pero el estudiante no tiene papillas, ni mantequilla! – Y se volvió; se volvió abajo, a casa del tendero. Fue una suerte que no tardase más, pues la cuba había gastado casi todo el pico de la dueña, a fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior, echada siempre de un lado.
Y se disponía justamente a volverse para empezar a contar por el lado opuesto, cuando entró el duende y le quitó el pico; pero en adelante toda la tienda, desde el cajón del dinero hasta la leña de abajo, formaron sus opiniones calcándolas sobre las de la cuba; todos la ponían tan alta y le otorgaban tal confianza, que cuando el tendero leía en el periódico de la tarde las noticias de arte y teatrales, ellos creían firmemente que procedían de la cuba.
En cambio, el duendecillo ya no podía estarse quieto como antes, escuchando toda aquella erudición y sabihondura de la planta baja, sino que en cuanto veía brillar la luz en la buhardilla, era como si sus rayos fuesen unos potentes cables que lo remontaban a las alturas; tenía que subir a mirar por el ojo de la cerradura, y siempre se sentía rodeado de una grandiosidad como la que experimentamos en el mar tempestuoso, cuando Dios levanta sus olas; y rompía a llorar, sin saber él mismo por qué, pero las lágrimas le hacían un gran bien.
¡Qué magnífico debía de ser estarse sentado bajo el árbol, junto al estudiante! Pero no había que pensar en ello, y se daba por satisfecho contemplándolo desde el ojo de la cerradura. Y allí seguía, en el frío rellano, cuando ya el viento otoñal se filtraba por los tragaluces, y el frío iba arreciando. Sólo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los melodiosos sones eran dominados por el silbar del viento. ¡Ujú, cómo temblaba entonces, y bajaba corriendo las escaleras para refugiarse en su caliente rincón, donde tan bien se estaba!
Y cuando volvió la Nochebuena, con sus papillas y su buena bola de manteca, se declaró resueltamente en favor del tendero. Pero a media noche despertó al duendecillo un alboroto horrible, un gran estrépito en los escaparates, y gentes que iban y venían agitadas, mientras el sereno no cesaba de tocar el pito. Había estallado un incendio, y toda la calle aparecía iluminada. ¿Sería su casa o la del vecino? ¿Dónde? ¡Había una alarma espantosa, una confusión terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada, que se quitó los pendientes de oro de las orejas y se los guardó en el bolsillo, para salvar algo.
El tendero recogió sus láminas de fondos públicos, y la criada, su mantilla de seda, que se había podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual quería salvar lo mejor, y también el duendecillo; y de un salto subió las escaleras y se metió en la habitación del estudiante, quien, de pie junto a la ventana, contemplaba tranquilamente el fuego, que ardía en la casa de enfrente. El duendecillo cogió el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y, metiéndoselo en el gorro rojo lo sujetó convulsivamente con ambas manos: el más precioso tesoro de la casa estaba a salvo.
Luego se dirigió, corriendo por el tejado, a la punta de la chimenea, y allí se estuvo, iluminado por la casa en llamas, apretando con ambas manos el gorro que contenía el tesoro. Sólo entonces se dio cuenta de dónde tenía puesto su corazón; comprendió a quién pertenecía en realidad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a sus ideas normales, dijo:
– Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero, por causa de las papillas. Y en esto se comportó como un auténtico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero… por las papillas.

Antecedentes
Interpretaciones
Lengua
„El Duende de la Tienda“ de Hans Christian Andersen es un cuento fascinante que explora la interacción entre lo material y lo espiritual, a través de las peripecias de un duendecillo que habita en la tienda de un tendero. El relato destaca por su profundidad y simbolismo, retratando la vida de un estudiante pobre y la figura de un tendero junto con los demás personajes inanimados de la tienda.
La historia narra cómo, mientras el duende inicialmente encuentra confort y seguridad en el mundo tangible del tendero, representado por las gratificaciones materiales, comienza a experimentar un nuevo tipo de satisfacción al observar la luz y la belleza que irradia el mundo del estudiante a través del libro de poesía. El libro se convierte en una entidad casi mágica que transforma la percepción del duende, atrayéndolo con su esplendor y provocando un cambio en su lealtad.
Una pieza central del cuento es el conflicto interior del duende, quien se debate entre su atracción por la poesía, que representa un reino de belleza y espíritu, y su dependencia de las comodidades materiales proporcionadas por el tendero. Finalmente, el desenlace sugiere una dualidad inherente en la vida humana, donde el deseo por lo material y lo espiritual debe equilibrarse. La reflexión del duende al final sobre „las papillas“ sirve como una sátira de las prioridades humanas, que a menudo se guían por necesidades prácticas en lugar de aspiraciones más elevadas.
Andersen, con su prosa característica, no solo entrega un relato encantador, sino que invita al lector a considerar la relación compleja entre las necesidades corporales y espirituales, y cómo, en ocasiones, sacrificamos una por la otra. El cuento, aunque sencillo en su narrativa, ofrece una rica meditación sobre el valor del arte y el conocimiento frente a las necesidades diarias de la vida, una reflexión que sigue resonando en los lectores hasta el día de hoy.
„El Duende de la Tienda“ es un cuento fascinante de Hans Christian Andersen que examina temas universales como la dualidad entre lo material y lo espiritual, la valoración del arte y las necesidades cotidianas, y la naturaleza humana de balancear deseos y necesidades.
El estudiante y el tendero: Representan dos mundos opuestos. El estudiante simboliza el valor del conocimiento, el arte y la cultura, mientras que el tendero representa lo práctico y material. La elección del duende entre los dos refleja esta lucha interna entre lo que se desea hacer y lo que se necesita hacer para sobrevivir.
El duendecillo como mediador: El duendecillo es un ser mágico que tiene la capacidad de darle voz a los objetos cotidianos. Esto puede interpretarse como su función de mediador entre el mundo material y el espiritual. A pesar de su fascinación por la poesía y el arte en la buhardilla del estudiante, sigue regresando a la calidez y sustento que le ofrece el tendero.
Poesía versus utilidad: Andersen nos lleva a reflexionar sobre lo que consideramos valioso. A través del estudiante, presenta la idea de que el conocimiento y la belleza del arte pueden iluminar y enriquecer la vida de las personas, incluso si no aportan un beneficio material inmediato. Al mismo tiempo, el cuento nos recuerda que la seguridad y el bienestar físico -simbolizado por las papillas del tendero- son preocupaciones humanas básicas que no pueden ignorarse.
La decisión final del duende: En última instancia, el duende elige un camino intermedio. Aprecia la luz y el conocimiento que emana del libro de poesía del estudiante, pero también reconoce la necesidad de mantenerse físicamente cómodo y seguro con las provisiones del tendero. Esta decisión encapsula la lucha interna de muchos: la búsqueda de una vida equilibrada que integre lo práctico y lo trascendental.
Reflexión existencial: Andersen parece sugerir que, en el fondo, todos enfrentamos esta misma elección entre la sustancia espiritual y el confort material. El duende, al igual que los humanos, busca una manera de disfrutar lo mejor de ambos mundos. El cuento termina con una reflexión sobre cómo la mayoría de las personas tratan de „estar bien con el tendero… por las papillas“, mostrando que, independientemente de nuestros ideales, a menudo terminamos haciendo concesiones para satisfacer nuestras necesidades diarias.
En resumen, „El Duende de la Tienda“ ofrece una rica reflexión sobre el equilibrio entre el apego a lo material y la búsqueda de la belleza y el conocimiento, una dualidad que sigue siendo relevante en nuestro mundo contemporáneo.
„El Duende de la Tienda“ de Hans Christian Andersen es un relato que, a través de su estructura aparentemente sencilla, aborda temas profundos y provoca reflexiones sobre la naturaleza humana, los valores y las prioridades. Realizar un análisis lingüístico de este cuento implica examinar diversos elementos literarios y lingüísticos que Andersen emplea para transmitir su visión.
Estructura y estilo
El cuento está narrado en tercera persona, con un narrador omnisciente que conoce tanto los pensamientos de los personajes como los eventos por venir. Este narrador es capaz de moverse libremente entre los diferentes escenarios del relato, lo que permite una comprensión integral de las situaciones y personajes.
Lenguaje y tono: Andersen utiliza un lenguaje sencillo pero evocador, diseñado para hacer que el cuento sea accesible tanto para niños como para adultos. El tono es ligeramente humorístico y contemplativo, especialmente cuando se describe el comportamiento de los personajes, como la comparación del tendero con una cuba. El humor aquí también sirve para suavizar críticas sociales y comentarios sobre la naturaleza humana.
Personajes y simbolismo
El estudiante: Representa el conocimiento, la poesía y la nobleza del espíritu. Vive en la pobreza, pero valora las cosas inmateriales como la literatura y el arte. Es un símbolo del idealismo y el conocimiento.
El tendero: Es la representación de lo material y lo pragmático. Su vida está centrada en el comercio y los bienes tangibles, como el queso y la mantequilla. La actitud del tendero destaca el contraste entre el mundo material y el intelectual.
El duende: Sirve como un mediador y observador imparcial entre estos dos mundos. Representa la curiosidad y el deseo de encontrar un equilibrio entre las necesidades materiales y espirituales. Su indecisión final entre los dos mundos refleja una verdad humana: la dificultad de vivir exclusivamente en uno de estos mundos sin considerar al otro.
Temas
Material versus espiritual: Un tema central es la tensión entre lo material y lo espiritual. Andersen explora cómo estos dos mundos se encuentran en conflicto, pero también en una relación interdependiente. El estudiante, que carece de bienes materiales, encuentra riqueza en la poesía, mientras que el tendero carece de la comprensión de la belleza inmaterial.
Valor y percepción: A través del cuento, Andersen invita a reconsiderar qué es valioso. Mientras que el tendero y su entorno inmediato valoran lo tangible y comercial, el estudiante encuentra valor en lo inmaterial, que es lo que finalmente fascina al duende.
La decisión del duende: Finalmente, la decisión del duende de „repartirse entre los dos“ es ilustrativa del compromiso, una característica muy humana. Nos quedamos con la sensación de que no podemos escapar de nuestras necesidades materiales, pero también de que hay otras formas de riqueza que no deben ser ignoradas.
Conclusión
A través de un lenguaje sencillo pero eficaz, Andersen logra presentar de manera delicada y lúcida complejas reflexiones sobre la condición humana. Mediante personajes simbólicos y situaciones cotidianas, „El Duende de la Tienda“ ilumina la lucha perpetua entre el mundo material y el espiritual, recordándonos la importancia de ambos en nuestras vidas.
Información para el análisis científico
Indicador | Valor |
---|---|
Traducciones | DE, EN, DA, ES, IT, NL |
Índice de legibilidad de Björnsson | 40.6 |
Flesch-Reading-Ease Índice | 18.3 |
Flesch–Kincaid Grade-Level | 12 |
Gunning Fog Índice | 19 |
Coleman–Liau Índice | 10.2 |
SMOG Índice | 12 |
Índice de legibilidad automatizado | 9.6 |
Número de Caracteres | 7.951 |
Número de Letras | 6.234 |
Número de Frases | 69 |
Número de Palabras | 1.410 |
Promedio de Palabras por oración | 20,43 |
Palabras con más de 6 letras | 285 |
Porcentaje de palabras largas | 20.2% |
Número de Sílabas | 2.797 |
Promedio de Sílabas por Palabra | 1,98 |
Palabras con tres Sílabas | 394 |
Porcentaje de palabras con tres sílabas | 27.9% |