Tiempo de lectura para niños: 10 min
Érase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se creía ser una aguja de coser.
– Fijaos en lo que hacéis y manejadme con cuidado – decía a los dedos que la manejaban -. No me dejéis caer, que si voy al suelo, las pasaréis negras para encontrarme. ¡Soy tan fina!
– ¡Vamos, vamos, que no hay para tanto! – dijeron los dedos sujetándola por el cuerpo.
– Mirad, aquí llego yo con mi séquito – prosiguió la aguja, arrastrando tras sí una larga hebra, pero sin nudo. Los dedos apuntaron la aguja a la zapatilla de la cocinera; el cuero de la parte superior había reventado y se disponían a coserlo.
– ¡Qué trabajo más ordinario! – exclamó la aguja -. No es para mí. ¡Me rompo, me rompo! – y se rompió -. ¿No os lo dije? – suspiró la víctima -. ¡Soy demasiado fina!
– Ya no sirve para nada – pensaron los dedos; pero hubieron de seguir sujetándola, mientras la cocinera le aplicaba una gota de lacre y luego era clavada en la pechera de la blusa.
– ¡Toma! ¡Ahora soy un prendedor! – dijo la vanidosa -. Bien sabía yo que con el tiempo haría carrera. Cuando una vale, un día u otro se lo reconocen -. Y se río para sus adentros, pues por fuera es muy difícil ver cuándo se ríe una aguja de zurcir. Y se quedó allí tan orgullosa cómo si fuese en coche, y paseaba la mirada a su alrededor.
– ¿Puedo tomarme la libertad de preguntarle, con el debido respeto, si acaso es usted de oro? – inquirió el alfiler, vecino suyo -. Tiene usted un porte majestuoso, y cabeza propia, aunque pequeña. Debe procurar crecer, pues no siempre se pueden poner gotas de lacre en el cabo. Al oír esto, la aguja se irguió con tanto orgullo, que se soltó de la tela y cayó en el vertedero, en el que la cocinera estaba lavando.
– Ahora me voy de viaje – dijo la aguja -. ¡Con tal que no me pierda! -. Pero es el caso que se perdió. «Este mundo no está hecho para mí – pensó, ya en el arroyo de la calle -. Soy demasiado fina. Pero tengo conciencia de mi valer, y esto siempre es una pequeña satisfacción». Y mantuvo su actitud, sin perder el buen humor. Por encima de ella pasaban flotando toda clase de objetos: virutas, pajas y pedazos de periódico. «¡Cómo navegan! – decía la aguja -. ¡Poco se imaginan lo que hay en el fondo!. Yo estoy en el fondo y aquí sigo clavada. ¡Toma!, ahora pasa una viruta que no piensa en nada del mundo como no sea en una „viruta,“ o sea, en ella misma; y ahora viene una paja: ¡qué manera de revolcarse y de girar! No pienses tanto en ti, que darás contra una piedra. ¡Y ahora un trozo de periódico! Nadie se acuerda de lo que pone, y, no obstante, ¡cómo se ahueca! Yo, en cambio, me estoy aquí paciente y quieta; sé lo que soy y seguiré siéndolo… ». Un día fue a parar a su lado un objeto que brillaba tanto, que la aguja pensó que tal vez sería un diamante; pero en realidad era un casco de botella. Y como brillaba, la aguja se dirigió a él, presentándose como alfiler de pecho.
– ¿Usted debe ser un diamante, verdad?
– Bueno… sí, algo por el estilo. Y los dos quedaron convencidos de que eran joyas excepcionales, y se enzarzaron en una conversación acerca de lo presuntuosa que es la gente.
– ¿Sabes? yo viví en el estuche de una señorita – dijo la aguja de zurcir -; era cocinera; tenía cinco dedos en cada mano, pero nunca he visto nada tan engreído como aquellos cinco dedos; y, sin embargo, toda su misión consistía en sostenerme, sacarme del estuche y volverme a meter en él.
– ¿Brillaban acaso? – preguntó el casco de botella.
– ¿Brillar? – exclamó la aguja -. No; pero a orgullosos nadie los ganaba. Eran cinco hermanos, todos dedos de nacimiento. Iban siempre juntos, la mar de tiesos uno al lado del otro, a pesar de que ninguno era de la misma longitud. El de más afuera, se llamaba «Pulgar», era corto y gordo, estaba separado de la mano, y como sólo tenía una articulación en el dorso, sólo podía hacer una inclinación; pero afirmaba que si a un hombre se lo cortaban, quedaba inútil para el servicio militar. Luego venía el «Lameollas», que se metía en lo dulce y en lo amargo, señalaba el sol y la luna y era el que apretaba la pluma cuando escribían. El «Larguirucho» se miraba a los demás desde lo alto; el «Borde dorado» se paseaba con un aro de oro alrededor del cuerpo, y el menudo «Meñique» no hacía nada, de lo cual estaba muy ufano. Todo era jactarse y vanagloriarse. Por eso fui yo a dar en el vertedero.
– Ahora estamos aquí, brillando – dijo el casco de botella. En el mismo momento llegó más agua al arroyo, lo desbordó y se llevó el casco.
– ¡Vamos! A éste lo han despachado – dijo la aguja -. Yo me quedo, soy demasiado fina, pero esto es mi orgullo, y vale la pena -. Y permaneció altiva, sumida en sus pensamientos.
– De tan fina que soy, casi creería que nací de un rayo de sol. Tengo la impresión de que el sol me busca siempre debajo del agua. Soy tan sutil, que ni mi padre me encuentra. Si no se me hubiese roto el ojo, creo que lloraría; pero no, no es distinguido llorar. Un día se presentaron varios pilluelos y se pusieron a rebuscar en el arroyo, en pos de clavos viejos, perras chicas y otras cosas por el estilo. Era una ocupación muy sucia, pero ellos se divertían de lo lindo.
– ¡Ay! – exclamó uno; se había pinchado con la aguja de zurcir -. ¡Esta marrana!
– ¡Yo no soy ninguna marrana, sino una señorita! – protestó la aguja; pero nadie la oyó. El lacre se había desprendido, y el metal estaba ennegrecido; pero el negro hace más esbelto, por lo que la aguja se creyó aún más fina que antes.
– ¡Ahí viene flotando una cáscara de huevo! – gritaron los chiquillos, y clavaron en ella la aguja.
– Negra sobre fondo blanco – observó ésta -. ¡Qué bien me sienta! Soy bien visible. ¡Con tal que no me maree, ni vomite! -. Pero no se mareó ni vomitó.
– Es una gran cosa contra el mareo tener estómago de acero. En esto sí que estoy por encima del vulgo. Me siento como si nada. Cuánto más fina es una, más resiste.
– ¡Crac! – exclamó la cáscara, al sentirse aplastada por la rueda de un carro.
– ¡Uf, cómo pesa! – añadió la aguja -. Ahora sí que me mareo. ¡Me rompo, me rompo! -. Pero no se rompió, pese a haber sido atropellada por un carro. Quedó en el suelo, y, lo que es por mí, puede seguir allí muchos años.

Antecedentes
Interpretaciones
Lengua
„La aguja de zurcir“ es un cuento de Hans Christian Andersen que cuenta la historia de una aguja de zurcir con una alta opinión de sí misma, a pesar de su verdadera naturaleza sencilla. La aguja se describe como orgullosa y vanidosa, creyéndose más importante de lo que realmente es.
Comienza con la aguja advirtiendo a los dedos que la manejan que sean cuidadosos, ya que se considera muy fina y distinguida. Durante un intento de reparar una zapatilla, la aguja se rompe porque el trabajo es demasiado „ordinario“ para ella. A pesar de ya no ser útil para coser, la cocinera la convierte en un prendedor al aplicarle lacre, lo que hace que la aguja se sienta aún más importante.
La aguja termina cayendo en el arroyo y se encuentra con diversos objetos flotantes, como virutas y trozos de periódico. A lo largo de su viaje, mantiene su actitud altiva, convencida de ser especial y única. En un momento, se encuentra con un brillante casco de botella, al que confunde con un diamante, y ambos cometen el error de verse como joyas excepcionales.
La historia finaliza con la aguja en una cáscara de huevo que es aplastada por un carro, pero, a pesar de ello, la aguja sobrevive. A lo largo de su travesía, la aguja nunca pierde su vanidad y sigue creyendo en su gran valía, a pesar de las pruebas evidentes de lo contrario.
Este cuento es una sátira sobre la vanidad y el orgullo infundado, en la que Andersen, a través de la personificación de objetos comunes, ofrece una lección sobre la importancia de reconocer y aceptar el propio lugar en el mundo.
„La aguja de zurcir“ de Hans Christian Andersen es un cuento que ofrece una reflexión profunda sobre la vanidad, el autoengaño y la importancia de conocerse a uno mismo. La aguja, siendo un objeto común, desarrolla una personalidad que se enorgullece de su supuesta sofisticación y singularidad. Ve su delgadez y finura como señales de superioridad, aspirando incluso a ser admirada como una joya valiosa.
Sin embargo, su historia es una serie de situaciones que derriban esta ilusión de grandeza. Desde su rotura al coser la zapatilla hasta su caída en el vertedero, la aguja enfrenta una realidad que constantemente desafía su autoimagen. La interacción con el casco de botella resalta la común propensión humana a exagerar el propio valor y a buscar reconocimiento donde tal vez no lo haya.
El cuento critica una forma de arrogancia basada en atributos superficiales y la incapacidad de reconocer el verdadero lugar de uno en el mundo. A lo largo de su periplo, la aguja experimenta humildad y finalmente acaba en una cáscara de huevo rota, aplastada, pero sin romperse, simbolizando quizás la resistencia que proviene de un material sólido, aunque mal encaminado en su propósito.
La historia sugiere que el auténtico valor de una persona no depende de ilusiones de grandeza sino de la capacidad de aceptar la realidad con dignidad y mantener el sentido del humor frente a la adversidad. En última instancia, la aguja de zurcir ilustra cómo, a pesar de nuestras fantasías personales, el mundo tiene una forma de ubicarnos en nuestro verdadero contexto.
El cuento „La aguja de zurcir“ de Hans Christian Andersen es un relato que explora temas como la vanidad, la identidad y la percepción de uno mismo frente a la realidad. A través de la personificación, Andersen da voz a una humilde aguja de zurcir que, a pesar de sus limitaciones evidentes, se siente orgullosa y valiosa, reflejando una aguda crítica a la presunción humana.
Personificación: Uno de los recursos más destacados es la personificación. La aguja de zurcir es dotada de características humanas: habla, posee sentimientos de orgullo y se involucra en diálogos ingeniosos con otros objetos inanimados, como un casco de botella o el alfiler. Esta técnica permite trasladar ideas abstractas a un contexto más comprensible y entretenido.
Diálogos y Monólogos Internos: Andersen utiliza el diálogo para dar profundidad a la personalidad de la aguja. Frases como „¡Soy demasiado fina!“ y „No me dejéis caer…“ muestran cómo percibe su entorno y su propia identidad. Los monólogos internos revelan sus pensamientos y su continuo autoengaño sobre su importancia.
Ironía y Humildad Forzada: La ironía es clave en este relato. Mientras la aguja se ve a sí misma como valiosa y única, el entorno reacciona de manera indiferente o incluso degradante, como cuando es clavada en una blusa o termina en un arroyo. Andersen juega con la ironía para subrayar la diferencia entre la percepción propia y la realidad externa.
Lenguaje Descriptivo: El lenguaje que usa Andersen es rico en descripciones y metáforas. Expresiones como „soy demasiado fina“ se repiten a lo largo del cuento, resaltando la constante preocupación de la aguja por su delicadeza y falta de utilidad práctica en situaciones cotidianas.
Sátira Social: A través de la historia de la aguja, Andersen aborda la crítica social. La aguja encarna a aquellos que, a pesar de su pequeña o nula importancia en la sociedad, se consideran superiores y únicos. Esta actitud es reflejada en la interacción con otros objetos, mostrando el vacío de su autovaloración.
Reflexión sobre la Identidad: La aguja de zurcir busca constantemente reafirmarse en roles para los que no está destinada (primero como aguja de coser, luego como prendedor), reflejando una lucha interna por encontrar su lugar y propósito. Esta búsqueda infructuosa termina en un ciclo de decepción y autoengaño.
En resumen, „La aguja de zurcir“ es una obra que, mediante el uso de recursos literarios como la personificación, el diálogo y la ironía, ofrece una reflexión sobre la vanidad y el autoengaño. Andersen invita a los lectores a cuestionar la validez de sus percepciones sobre uno mismo y a comprender la relativa importancia de estas en el contexto de la vida diaria.
Información para el análisis científico
Indicador | Valor |
---|---|
Traducciones | DE, EN, DA, ES, FR, IT, NL |
Índice de legibilidad de Björnsson | 27.5 |
Flesch-Reading-Ease Índice | 39.6 |
Flesch–Kincaid Grade-Level | 10.4 |
Gunning Fog Índice | 13.8 |
Coleman–Liau Índice | 8.6 |
SMOG Índice | 12 |
Índice de legibilidad automatizado | 3.5 |
Número de Caracteres | 5.445 |
Número de Letras | 4.093 |
Número de Frases | 91 |
Número de Palabras | 986 |
Promedio de Palabras por oración | 10,84 |
Palabras con más de 6 letras | 164 |
Porcentaje de palabras largas | 16.6% |
Número de Sílabas | 1.821 |
Promedio de Sílabas por Palabra | 1,85 |
Palabras con tres Sílabas | 234 |
Porcentaje de palabras con tres sílabas | 23.7% |