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Las aventuras del cardo
Grimm Märchen

Las aventuras del cardo - Cuento de hadas de Hans Christian Andersen

Tiempo de lectura para niños: 12 min

Ante una rica quinta señorial se extendía un hermoso y bien cuidado jardín, plantado de árboles y flores raras. Todos los que visitaban la finca expresaban su admiración por él. La gente de la comarca, tanto del campo como de las ciudades, acudían los días de fiesta y pedían permiso para visitar el parque; incluso escuelas enteras se presentaban para verlo. Delante de la valla, por la parte de fuera junto al camino, crecía un enorme cardo; su raíz era vigorosa y vivaz, y se ramificaba de tal modo, que él sólo formaba un matorral. Nadie se paraba a mirarlo, excepto el viejo asno que tiraba del carro de la lechera. El animal estiraba el cuello hacia la planta y le decía: «¡Qué hermoso eres! Te comería». Pero el ronzal no era bastante largo para que el pollino pudiese alcanzarlo. Habían llegado numerosos invitados al palacio: nobles parientes de la capital, jóvenes y lindas muchachas, y entre ellas una señorita llegada de muy lejos, de Escocia. Era de alta cuna, rica en dinero y en propiedades, lo que se dice un buen partido. Así lo pensaba más de un joven soltero, y las madres estaban de acuerdo. Los jóvenes salieron a correr por el césped y a jugar al «crocket»; pasearon luego entre las flores, y cada una de las muchachas cogió una y la puso en el ojal de un joven. La señorita escocesa estuvo buscando largo rato sin encontrar ninguna a su gusto, hasta que, al mirar por encima de la valla, se dio cuenta del gran cardo del exterior, con sus grandes flores azules y rojas. Sonrió al verlo y pidió al hijo de la casa que le cortase una de ellas.

– Es la flor de Escocia – dijo -. Figura en el escudo de mi país. Dámela. El joven eligió la más bonita y se pinchó los dedos, como si la flor hubiese crecido en un espinoso rosal. La damita puso el cardo en el ojal del joven, quien se sintió muy halagado por ello. Todos los demás habrían cedido muy a gusto la flor respectiva a cambio de aquélla, obsequio de las lindas manos de la señorita escocesa. Y si el hijo de la casa se sentía honrado, ¡qué no se sentiría la planta! Parecióle como si por todos sus tejidos corrieran rocío y rayos de sol. «Resulta, pues, que soy mucho más de lo que pensaba – dijo el cardo para sus adentros -. Mi puesto era dentro del vallado, y no fuera. Es que a veces lo sitúan a uno de modo bien raro en el mundo. Pero ahora al menos tengo uno de los míos del otro lado de la valla, y en un ojal por añadidura». La planta contaba aquel hecho a cada nueva yema que se abría y desplegaba, y no transcurrirían muchos días sin que el cardo se enterase, no por los hombres ni por el parloteo de los pájaros, sino por el propio aire – que recoge y propaga todos los rumores, tanto de las avenidas más apartadas del jardín como de los salones del palacio, cuyas ventanas y puertas están abiertas -, que el joven que recibiera de la linda escocesa la flor de cardo, se había ganado también su corazón y su mano. Formaban una magnífica pareja, y ella era un buen partido. «Soy yo quien lo ha hecho» – pensó el cardo, refiriéndose a la flor que había dado para el ojal. Y cada nueva yema que se abría hubo de escuchar el acontecimiento. «No hay duda de que me trasplantarán al jardín – decíase el cardo -. Tal vez me pongan en una maceta, bien apretadita. Eso sí que sería un gran honor». Y la planta lo deseaba con tanto afán, que exclamó, persuadida:

– ¡Iré a una maceta! Prometió a cada florecita que nacía de su pie, que iría también a la maceta y quizás al ojal, que es lo más alto a que se puede aspirar. Pero ninguna fue a parar al tiesto, y no digamos ya al ojal. Bebieron aire y luz, lamieron los rayos del sol durante el día y el rocío durante la noche, florecieron, recibieron la visita de abejas y tábanos que buscaban la miel contenida en la flor y se alejaban después de tomarla.

– ¡Banda de ladrones! – exclamó el cardo -. Si pudiese ensartaros… Pero no puedo. Las flores agacharon la cabeza y se marchitaron, pero brotaron otras nuevas.

– Llegáis a punto – dijo el cardo -. Estoy esperando de un momento a otro que nos pasen al otro lado de la valla. Unas margaritas inocentes y un llantén escuchaban atónitos y admirados, creyendo todo lo que decía. El viejo asno de la lechera miraba furtivamente el cardo desde el borde del camino, pero la cuerda era demasiado corta para llegar hasta él. El cardo estuvo tanto tiempo pensando en el de Escocia, a cuya familia pertenecía, que acabó creyendo que también él había venido de aquel país y que sus padres figuraban en el escudo del reino. Eran pensamientos elevados, como un gran cardo como aquél bien puede tener de cuando en cuando.

– A veces ocurre que uno es de buena familia sin saberlo – dijo la ortiga que crecía a su lado; también ella tenía cierto presentimiento de que, debidamente tratada, podía llegar a dar una fina muselina, de la que usan las reinas. Pasó el verano y luego el otoño. Las hojas de los árboles cayeron, las flores adquirieron colores más brillantes, pero exhalaban menos aroma. El mozo jardinero cantaba en el jardín, por encima del vallado:

Cuesta abajo y cuesta arriba,
así es toda la vida. Los tiernos abetos del bosque recibían las primeras visitas navideñas, a pesar de que faltaba aún mucho para Navidad. Aquello era desesperante.

– Y yo sin moverme de aquí – decía el cardo -. Diríase que nadie se acuerda de mí, y, sin embargo, ¿quién, sino yo, hizo el noviazgo? Se prometieron, y hoy hace ocho días se celebró la boda. Pero no voy a ser yo quien dé el primer paso; por lo demás, tampoco podría. Transcurrieron varias semanas. El cardo seguía en el lugar con su última y única flor; era grande y llena, y había brotado muy cerca de la raíz. El viento soplaba ya muy fresco, los colores se esfumaron, la belleza se desvaneció. El cáliz de la flor, grande como una alcachofa, parecía un girasol marchito. Presentóse en el jardín la joven pareja, convertidos ya en marido y mujer, y fueron paseando a lo largo de la valla. La esposa se asomó por encima.

– Ahí sigue aún el gran cardo – dijo -. Ya no tiene flores. – Mira, le queda el espectro de la última – observó él señalando el plateado resto de la flor.

– También así es bonita – exclamó ella -. Hay que cortarla, la colocaremos en el marco de nuestro retrato. Y el joven tuvo que saltar nuevamente la valla y cortar el cáliz de la flor del cardo. Éste le pinchó el dedo, enfadado porque lo había llamado «espectro». Y la flor entró en el jardín, y luego en el salón del palacio, donde había un cuadro representando a la joven pareja. En el ojal del novio aparecía pintada una flor de cardo. Se habló mucho de esta flor, y también de la otra, la flor postrera de color de plata, cuya imagen sería tallada en el marco. El aire difundió la conversación por toda la comarca.

– ¡Lo que es la vida! – exclamó el cardo -. Mi primogénita fue a parar al ojal, y la última, al marco. ¿Adónde iré yo? Mientras tanto, el borriquillo, desde el borde del camino, seguía mirándolo de reojo.

– Acércate, golosina mía. No puedo ir hasta ti, el ronzal no alcanza. Pero el cardo no respondió, sumido como se hallaba en sus pensamientos. Estuvo cavilando así hasta Navidad, y de su concentración mental nació una flor.

– Mientras los hijos lo pasaban bien allá dentro, su madre se resigna a permanecer en el exterior, frente al vallado.

– Es un noble pensamiento – dijo el rayo de sol -. También tú tendrás un buen sitio.

– ¿En la maceta o en el marco? – preguntó el cardo.

– ¡En un cuento! – respondió el rayo de sol. Aquí lo tenéis.

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Antecedentes

Interpretaciones

Lengua

„Las aventuras del cardo“ es un encantador cuento de Hans Christian Andersen que explora temas de vanidad, aspiraciones y el reconocimiento del valor intrínseco de uno mismo. A través de la historia del cardo, Andersen nos invita a reflexionar sobre la auto-percepción y cómo las circunstancias externas pueden influir en cómo nos vemos a nosotros mismos y en cómo somos percibidos por los demás.

El cardo, que crece modestamente fuera del cuidado jardín de una finca señorial, se siente invisible y subestimado hasta que una dama escocesa lo elige como símbolo de herencia y orgullo nacional, colocándolo en el ojal de un joven. Este gesto, aparentemente simple, transforma la autoimagen del cardo, haciéndole creer que es digno de un lugar más elevado en el mundo, más allá de la valla que lo ha mantenido en el anonimato.

A través de la narrativa, Andersen aborda la idea de que el valor de una persona no siempre es reconocido por su entorno inmediato y que la verdadera nobleza no siempre se reconoce por la apariencia o la posición. El final del cuento refuerza esta idea al destacar que el destino del cardo no es ser admirado en una maceta ni en un marco, sino como protagonista de un cuento; una metáfora poderosa de la permanencia y el reconocimiento eterno que trasciende la temporalidad de la belleza física.

En resumen, „Las aventuras del cardo“ recuerda al lector que el valor de una persona reside dentro de sí misma, y que a veces ese valor es mejor apreciado y narrado en formas que perduran más allá de las modas y las apariencias.

„Las aventuras del cardo“ es un cuento que refleja la esencia y el estilo característico de Hans Christian Andersen, impregnado de simbolismo y profundos mensajes filosóficos. La historia muestra cómo un cardo, una planta generalmente considerada insignificante y común, cobra gran importancia al ser elegido por una dama escocesa para adornar el ojal de un joven. Este simple acto genera una serie de eventos que culminan en un final inesperado para el cardo.

La narración explora temas como el valor intrínseco, la percepción de uno mismo y el destino. A través del cardo, Andersen presenta una alegoría sobre cómo cada ser tiene su propio lugar y propósito en el mundo, incluso si su importancia no es reconocida de inmediato por los demás. El cardo, al principio desconsiderado y ignorado, llega a tener un impacto significativo en la vida de los personajes y simboliza el orgullo nacional escocés.

El cuento también destaca la dualidad entre las apariencias externas y el verdadero valor, mostrando cómo el cardo, aunque modesto y espinoso, es elevado a un lugar de honor gracias a la visión y el aprecio de la dama escocesa. Además, Andersen juega con la idea de que las aspiraciones y los sueños de uno, aunque puedan parecer inalcanzables, pueden llevar a logros inesperados y significativos.

Finalmente, el desenlace muestra al cardo siendo inmortalizado no solo en el retrato y el marco de la joven pareja, sino también en la forma de un cuento. Este resultado resalta la inmortalidad de las historias y cómo los seres más humildes pueden dejar una huella duradera a través de las narraciones, un tema recurrente en la obra de Andersen.

El cuento de hadas „Las aventuras del cardo“ de Hans Christian Andersen es un relato que utiliza el antropomorfismo y la personificación para ofrecer una reflexión sobre la autoestima, la percepción social y el valor intrínseco de las cosas.

Antropomorfismo y Personificación: El cardo es el protagonista del cuento, dotado de pensamientos y emociones humanas. Esta técnica permite a Andersen ilustrar cómo un ser aparentemente humilde puede tener una visión elevada de sí mismo. El cardo experimenta un desarrollo de personaje, comenzando con una percepción humilde de sí mismo hasta alcanzar un sentido de importancia gracias a un breve reconocimiento externo.

Lenguaje Figurativo: Se utiliza un lenguaje rico en metáforas y símiles, como cuando se describe el cardo sintiendo „rocío y rayos de sol“ al ser elegido como flor para el ojal, lo que refleja un sentimiento de orgullo y realización. La flor del cardo, „grande como una alcachofa“ y su transición a un „espectro“, sugieren una profunda transformación y aceptación de su destino final.

Tema del Reconocimiento y el Valor: El cuento explora la idea de cómo el reconocimiento externo afecta la autopercepción del cardo. Inicialmente ignorado, su valor es reconocido cuando una señorita escocesa lo elige por su significado cultural y personal. A través de un giro irónico, el cardo que anhelaba ser parte del jardín noble termina siendo inmortalizado en un cuadro y en el cuento mismo, subrayando un reconocimiento más allá de lo físico.

Símbolos Culturales: La flor de cardo es un símbolo nacional de Escocia, lo que añade una capa cultural al cuento. Se representa como un símbolo de herencia y orgullo nacional, lo que confiere al cardo un valor más allá de su apariencia.

Estructura Narrativa: La estructura del cuento es sencilla pero efectiva, comenzando con una exposición del entorno del cardo, seguido del clímax cuando es elegido por la señorita escocesa, y un desenlace reflexivo que lo sitúa en una nueva perspectiva, tanto literal como metafóricamente. El narrador utiliza un estilo omnisciente, permitiendo al lector conocer tanto los pensamientos del cardo como las acciones de los personajes humanos.

Reflexión Filosófica: Andersen invita a la reflexión sobre cómo los individuos pueden subestimar su valor interno hasta que un evento o reconocimiento externo lo resalta. La inclusión del cardo en „un cuento“ al final sugiere la trascendencia del valor personal más allá de la vida material y las percepciones superficiales.

En resumen, „Las aventuras del cardo“ usa un simple cardo como vehículo para explorar complejos temas de identidad y valor personal, adornado con el ingenioso uso del lenguaje y la personificación, característicos de Andersen.


Información para el análisis científico

Indicador
Valor
TraduccionesDE, EN, DA, ES, FR, IT
Índice de legibilidad de Björnsson34
Flesch-Reading-Ease Índice34.3
Flesch–Kincaid Grade-Level12
Gunning Fog Índice15.3
Coleman–Liau Índice9.6
SMOG Índice12
Índice de legibilidad automatizado6
Número de Caracteres6.959
Número de Letras5.411
Número de Frases88
Número de Palabras1.254
Promedio de Palabras por oración14,25
Palabras con más de 6 letras248
Porcentaje de palabras largas19.8%
Número de Sílabas2.343
Promedio de Sílabas por Palabra1,87
Palabras con tres Sílabas307
Porcentaje de palabras con tres sílabas24.5%
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